jueves, 20 de julio de 2023

De jugar con muñecas a jugar con mi muñeco...Memorias de una madre adolescente

 Mucho se ha escrito sobre los embarazos en la adolescencia, por suerte para las nuevas generaciones.  Pero,  una cosa es escribir sobre el tema y otro, pasar por la experiencia.

Analizando las distintas etapas de mi vida: infancia, pubertad, juventud y adultez, creo que las tuve bastante definidas. Salvo en el caso de la pubertad a la adultez, pues me salté la correspondiente a la juventud por causas mayores.  Pasé de jugar con muñecas, literalmente, a jugar con un muñeco al que no lograba identificar como mío, a pesar de haberlo llevado 9 meses en mis entrañas.  No, no es que no le tuviera amor, es que mi razonamiento no lograba asimilar lo que ello significaba: SER MADRE.


Cuando cumplí los 14 años, pasé a ser NOVIA PEDIDA, un compromiso que por lo general, terminaba en BODA, y el caso mío no fue diferente.  El 27 de noviembre de 1964, en la iglesia que queda frente al cine América, en Galiano, se produjo el tan esperado acontecimiento.  Fue un evento social, pues mis padres eran personas muy sociables y contaban con muchos amigos que asistieron gustosos a dicha celebración para desearles a los novios muchas cosas buenas.  Yo solo disfrutaba del momento, pues a que chica no le gusta tener una boda inolvidable.

  Pero el sueño terminó pronto, pues quedé embarazada unos meses después y empezaron las dificultades.  Primero, tenía un embarazo de alto riesgo por ser una chica de 16 años, por lo que tuve que hacer reposo absoluto y por ende, dejar los estudios.  Eso no impidió que yo lograra graduarme en la Universidad años después, aún sin tener el título de Bachiller.

Mi embarazo llegó a término, tuve un proceso de parto algo traumático y  mi hijo pesó un poco más de 7 lbs. pero, al nacer, aspiró líquido amniótico y estuvo ingresado 7 días en NEONATAL del Gonzáles Coro (antiguo Sagrado Corazón).  Cuando le dieron el alta, se había acostumbrado a la leche evaporada y casi no pude amamantarlo, por lo que ese vínculo no se produjo en su totalidad. 

Recuerdo el 1er día que estuvo en la casa, que mi mamá quiso enseñarme a bañarlo y yo no me atreví porque pensé que le iba a hacer daño.  

Mi matrimonio no duró mucho, y antes de que el niño cumpliera los 3 meses, comencé a trabajar y mi madre, decidió que mejor el niño dormía con ella en su cuarto para que yo pudiera descansar.  Craso error, porque llegó un momento en que mi hijo no me reconocía como su madre, sino a su MIMA. Cuando me iba estaba durmiendo, y cuando regresaba, también. Y para colmo, los fines de semana se iba a casa de su padre.  A pesar de que intenté subsanar ese error, no lo logré del todo.  Ya el daño estaba hecho.  

Realmente considero, por mil razones, que las madres adolescentes son un grave problema que la Sociedad en su conjunto debe enfrentar.  Yo conté con el apoyo de mi familia y los principios que me habían inculcado pero, desgraciadamente, no es así en todos los casos y muchas de esas adolescentes se ven desamparadas y toman decisiones drásticas que afectan tanto a ellas como su familia.

Por ello, estimo que hay que insistir en la educación no solo sexual de usar condón, sino en el riesgo que un embarazo en la adolescencia significa tanto para la madre como para su descendencia.  

No me arrepiento de haber parido al gran hijo que tengo, pero pienso que no he cumplido a plenitud mi rol de madre y , de un modo u otro, él ha sido el mayor perjudicado.  Error que,

afortunadamente, no repetí en mi segundo embarazo. Y ambos han resultado ser magníficos padres.

Ojalá y mi experiencia sirva de algo en la consecución de ese objetivo.