Corría el año 1954, año de grandes transformaciones en nuestra vida familiar, gracias a nuestra nueva posición en la escala social. De familia trabajadora de nivel medio, pasamos a ser pequeños burgueses de alto poder adquisitivo, por obra y gracia de...Topes de Collantes. (Es una larga historia que recrearé en otro momento).
Mi madre, que siempre fue muy juiciosa, se dedicó a exigirle a mi padre mejorar nuestras condiciones de vida, y fue así como nuestra modesta casa de dos cuartos se convirtió en una señora residencia de 5 cuartos, ( incluyendo uno de invitados) 3 baños, una cocina y una kitchenet, un salón de juegos, jardín con parque de diversiones, garaje, un amplísimo salón-comedor con un área especial para el piano y el bar y en el que mis padres celebraban soirée tras soirée, además de los cumpleaños y las cenas familiares en las que nos reuníamos más de 40 personas. Y , por supuesto, una biblioteca en la que predominaban dos colecciones (de color verde) denominadas Clásicos de la Literatura Universal y las Mejores Novelas de la Literatura Universal, en las que podías encontrar obras de Platón o de Cervantes, o cualquier otro escritor(a) clásico(a) de diferentes épocas.
Fue en esa bibloteca, sobre cuyo escritorio reposaba una lámpara con la forma de una cabeza de caballo, donde entré en contacto con ese mundo imaginario o real, que nos brindan las líneas de letras negras sobre el blanco papel. Con apenas 7 años, me esforzaba por comprender aquel mundo que se abría ante mis ojos, pero no fue hasta cumplidos los 11, y ya en la casa que aún poseemos en la Habana, donde me adentré realmente en el entramado de sus líneas y espacios. Mi entrada en la enseñanza superior fue un aliciente a mi afán de leer, y más aún, contando con los libros en mi propia biblioteca, que contenían, por lo general, un prólogo sumamente esclarecedor sobre la obra en cuestión y su autor.
Según avanzaba el curso escolar, aumentaba el número de tomos leídos: La Ilíada, de Homero, las Comedias de Cervantes; las Tragedias de Shakespeare, y otras muchas más que hicieron de mis momentos en solitario, momentos inolvidables para mi imaginación.
Desde pequeña tuve la suerte de contar con un equipo de televisión y esto también influyó en mi afán por la lectura, pues en la medida que entraba en contacto con obras basadas en libros como: Casa de Muñecas de Ibsen, Cumbres Borrascosas o Mujercitas de las hermanas Brönte, La Isla del Tesoro de Stevenson o Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle, El Conde de Montecristo o Los Tres Mosqueteros de Dumas (padre) o La Dama de las Camelias de Dumas(hijo), o Corazón de Edmundo D'Amici, mayor era mi interés en contrastarlo con la versión original
El amor por la lectura fue algo que mi madre me inculcó desde pequeña, cuando me leía cuentos como La piel de Onagro o La niña de los fósforos. Gracias a ello, logré forjar un gran mundo interior y desarrollar mi imaginación, (lo que contribuyó a mi formación como Narradora Oral). Lecturas que también coadyuvaron a inculcar en mí valores éticos y estéticos, por lo cual, doy las gracias, pues me ayudaron a ser la persona que soy hoy, que no es perfecta, pero intenta ser cada vez mejor persona para los míos y los que me rodean.
Doy una vez más las gracias a todos aquellos que, aún hoy, a las puertas de mis primeros 70 años de vida, contribuyen con sus obras literarias a mi formación y a que logre viajar a mil mundos maravillosos de los cuales no tendría ni idea si no fuera por sus creaciones en blanco y negro, como a los que han logrado transportarme García Márquez, Isabel Allende, Leonardo Padura y muchos autores contemporáneos más de los cuatro confines del planeta Tierra.
Mil Gracias, Gutenberg.
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