domingo, 25 de septiembre de 2016

De mis memorias recientes....la guagua

Hace algún tiempo, leyendo un artículo en una revista francesa sobre la procedencia de algunos vocables muy utilizados en mi país, me encontré que la palabra 'guagua',  tenía varios posibles orígenes; pero yo me quedo con la que atribuía su uso a la emigración canaria, tal vez, por aquello de que todo quede en familia, y serle fiel a Abuela Luisa y Abuelo Boni, ambos procedentes de esas queridas Islas, y afincados en mi amada "Llave del Golfo": Cuba.

Mi venida a este mundo coincidió con la retirada de los tranvías y la puesta en servicio de los ómnibus agrupados en la COA, Cooperativa de Ómnibus Aliados y en los Autobuses Modernos, SA.  De la época de los tranvías, en los alrededores de mi casa, aún permanecen la otrora estación frente a Tropicana, hoy devenida en vivienda frente a la cual, hasta hace poco, podían observarse las vías del mismo y las que pasaban por debajo del puente de 53-A, justo antes del otrora paradero de la Ruta 58.  ¡Qué pena, porque me hubiera encantado haberlos podido disfrutar!

Según información de la época, había gran abundancia de guaguas en la capital, si creemos dicha información, tocaban a Unidad por habitante, apróximadamente, en el año 1958.  Es verdad, que rutas como la 20, que llegaba hasta la Ceiba, tenían una frecuencia de 2 minutos entre uno y otro vehículo, pero aún así, me parece un poco exagerada la cifra, teniendo en cuenta que se habla de casi un millón de unidades para una ciudad que apenas tenía poco más de un millón de habitantes.

De todos modos, la guagua formó parte integrante  de mi vida desde mis primeros años.  La cogía con mi madre para ir de compras ( las rutas 43 o el C1); para ir a visitar a mi abuela al Diezmero (la ruta 8); para visitar a mi tía en el Vedado (la ruta 22) o a mi Tata en la Habana Vieja (la ruta 21); para visitar a mi abuelo Boni en Lawton o a mis hermanas (el L4) o la 'roja o la verde' para ir a las playas de Marianao o a Santa Fé.  En fin, podíamos movernos tranquilamente en ellas, pues casi nunca iban llenas.  Disfrutaba del tin tin de la campana cuando el conductor marcaba los pasajes; de los  vendedores ambulantes y hasta de los músicos callejeros, con su habitual "ayuda al artista cubano".  Y, sobre todo, de la emoción de pagar 10ctvos por el pasaje, incluyendo la transferencia, para movernos en otro autobús sin tener que volver a pagar.  Transferencia que, en ocasiones, utilizábamos pasado un buen rato, en caso de que el conductor no la hubiera picado. 

Cuando ya en los años 60, entré en la Secundaria, mis padres me permitían ir a la escuela sola (atrás quedaron los años de los ómnibus escolares), a mis clases de piano y a visitar a mi familia.  Eso sí, en casa, a más tardar, a las 7pm.

De esta etapa, guardo el triste recuerdo de una mañana, en la que estando frente al parque de 76 en Marianao, esperando la guagua para irme a la escuela, me encuentro con el papá de mi vecina Moraima en la parada, y al llegar el bus, que venía a tope y con personas aglomeradas en la puerta, me dice: "Sube, yo te ayudo".  Pero, mi instinto me dijo: No  y, eso me salvó la vida.  Dicho autobús sufrió una colisión en Puentes Grandes, se incendió y a los que iban en la puerta, no pudieron separarlos.

Otra anécdota, no tan tétrica pero no menos impactante, la viví ya después de tener a mis hijos, cuando regresando  una noche de la cafetería Kasalta en la ruta 20 que finalizaba su recorrido en mi reparto, un loco me asaltó con un cuchillo y gracias a la  oportuna y rauda intervención de un pasajero, no se produjo una desgracia.

Pero, la guagua para los cubanos es, sobre todo, un lugar en el que suceden mil cosas inverosímiles, y que nos sacan más de una sonrisa.  Si no, recuerden la escena de la peli cubana en la que una chica se sube a la misma con un "baja y chupa" y en el empuja-empuja, éste se le corre y quedan sus impresionantes mamas incrustadas contra el parabrisas delantero.  O cuando nos están apachurrando en los estrechos y repletos pasillos y pedimos que no nos sigan "repellando, que no somos pared". O nos encontramos con un listillo que no nos quita los ojos del rebosante escote.  O cuando no nos queda otra que poner la cartera del lado del pasillo porque no llevamos alfileres.  O el chofer nos dice,que como él es el dueño del autobús, pone la música que le da la gana, cuando tu llevas un dolor de cabeza de mil demonios o acabas de lograr dormir a tu bebé. Cuán lejos de la imágen que nos dio Miravalles en "Los Pájaros tirándole a la escopeta".  Nada que ver, tampoco, con la de los que conocí conduciendo la ruta 20, como mi amigo Emilio, todo un caballero.

En mi caso, la guagua ha sido el lugar donde he encontrado a 3 de mis esposos, ya que en esa época no había Meetic ni Facebook.  Donde he conocido las vidas y milagros de muchas personas que, en muchos casos, se han convertido en mis amigos.  El lugar donde estudiaba, pues mi viaje duraba una hora de ida y otra de vuelta en mi época universitaria.  El vehículo que, algunos no lo creerán, se desplazaba hasta la puerta de mi casa a recogerme, si no estaba a tiempo en la parada.  El que hizo de ambulancia en una ocasión y llevó a mi padre hasta la puerta de urgencias del hospital de 26. En fin, en algo que formaba parte de mi vida y con el cual me desplazaba por toda la ciudad, daba lo mismo si era un Leyland o un GM, un Pegaso, un Skoda, una Girón, una Yutong o incluso, un "Camello".  Era un pedazo de mi Habana en el que reí, lloré, amé, en fin, viví.

domingo, 18 de septiembre de 2016

Farewell to Rio...Bye, bye...

Son las 9 de la mañana.  Estoy en ese estado entre el sueño y la vigilia, en el cual trato en vano de alcanzar el reloj para ver la hora y comprobar si ya ha pasado el tiempo necesario para ir a desayunar.  Miro hacia la puerta entreabierta, pero no veo ni el hocico ni los grandes y expresivos ojos de mi estimado perro. Ese que, a cada mañana, se para frente a mi cama para recordarme que  ya es hora de levantarme, ir a prepararme el desayuno y compartir con él algún que otro trozo de queso, pan o galletas, o tal vez, alguno de sus preparados especiales para perros.

Algo, no puedo determinar exactamente qué, me recuerda que, Rio, mi compañero de más de 10 años, ya no volverá a aparecer en el umbral de mi puerta. Ante su mirada suplicante, decidimos poner fin al lamentable estado en el que se encontraba a consecuencia de la cruel dolencia que le aquejaba.  Por ese motivo, lo llevamos al veterinario a concederle el descanso eterno, permaneciendo a su lado hasta el último momento, como se hace con los seres queridos, pues eso era él, un miembro más de nuestra familía.

A lo largo de mi vida, he convivido con incontables mascotas: perros como Katucha, que se pasaba el dia entero a los pies de mi madre y sólo se separó de su lado cuando esta cariñosa perra dejó de respirar.  Misifú, la gata que se mudaba con nosotros de casa en casa y que cuando lograba penetrar en la cocina, se robaba la comida, y que tampoco nos abandonó hasta que la muerte pudo más que ella. Tuma, la burra que me trajo mi padre de Topes de Collantes y que murió de tétanos frente a mis ojos espantados de niña. Camila, la tortuga, que quedó en la casa cuando Adriana marchó a España y murió de añoranza e inanición, al negarse a comer ahora que su dueña ya no estaba.  Casandra I, un precioso ejemplar de Stanford, negro como el azabache el cual era la admiración del barrio y el orgullo de su dueño y que, algunos pensaron que murió por " los malos ojos" pero que en realidad, falleció por infestarse con el moquillo que adquirió al darle yo misma los restos de un pollo infestado.  Casandra II y Fatima, hermanas de la anterior y magníficos ejemplares, pero que corrieron la peor suerte que puede sufrir un animal: fueron secuestradas por personas indolentes para someterlas a ese salvaje entretenimiento que son las "peleas de perros", por su sólo pecado de pertenecer a una raza considerada "de pelea", cuando eran los animales más nobles que yo habia conocido, hasta que Rio entró en mi vida. Todos y cada uno, dejaron huella indelebe en nuestras existencias.

Río, quien debió su nombre al hecho de haber sido encontrado medio ahogado en la corriente de un río por nuestro amigo Manolo, un andaluz que lo tomó a su cargo pero como vivía en un apartamento en Madrid que no tenía condiciones para un perro cazador como era éste, decidió traerlo de visita y dejárnoslo de regalo, después que lo había acostumbrado a dormir en sus piernas.  Fue así que Río llegó a Náquera unos meses antes que yo, y cuando llegué de visita en 2006 al nuevo hogar de mi hija, nos hicimos los mejores amigos, pasando muchas horas en mutua compañía.  

En el 2007, tuve que regresar a Cuba y no volví a España hasta el 2010, y no hice más que descender del auto cuando un bólido negro se abalanzó sobre mi, haciéndome perder el equilibrio pero sin llegar a caer.  A pesar del tiempo transcurrido, como buen labrador conservaba en sus glándulas olfativas mi olor caracaterístico. Y a partir de ahí nuestra camaradería se fue haciendo más y más estrecha.  Nos pasábamos largas horas de día y de noche compartiendo espacios, paseos y hasta el aire del ventilador. Cuando la familia se iba de paseo, y nos quedábamos solos los dos, teníamos nuestros propios lugares de escape, aunque a menudo, aprovechaba la ocasión para irse "a escape" y regresar muy campante, algún tiempo después, sumamente satisfecho.

Si la escapada era nocturna, me tocaba buscarlo por todo el pueblo, pues seguramente andaba detrás de alguna perra en celo en compañía de otros más, según me informaba la Policía, quienes lo conocían perfectamente, al punto que a veces me informaban que lo habían visto merodeando por los alrededores de la Biblioteca. Eso sí, siempre regresaba.  Estaba muy unido a la familia y por nada del mundo nos abandonaría.

Es muy triste saber que no volverá a ladrarme al descubrirme a mi regreso de cualquier lugar; que no traerá su mantica y la pondrá a mis pies para acostarse junto a mí a hacerme compañía.  Que no escucharé sus ladridos avisándome que hay alguien a la puerta.  Que no buscará la pelota para que se la tire por toda la casa.  Que antes de irse a dormir, ya no hará la "ronda" para verificar que todos estaban en sus "puestos".  Que no arañará la puerta para avisar que ya está de regreso.  Que ya no se interpondrá entre los bailadores, ni se sentará cerca de la mesa mientras comemos a esperar su parte, ni se fajará con su "primo" Peluche por el agua y la comida. No dejará que los niños jueguen con  él de mil maneras diferentes ni hará travesura alguna.  ¿Quién va a mantener a raya a los mas de 20 gatos que rondan el edificio?  ¿Quién levantará la pata para indicar que la presa está cerca? ¿Quién va a acompañarme en mis horas de internauta o televidente solitaria? ¿Quién va a compartir los restos de comida, sobre todo la cubana, que con tanto gusto engullía?

Sé que su partida era un mal necesario. Sólo espero,que después de haber dejado una huella tan profunda en todos los que le conocieron, pueda reencontrarse con aquél que en su momento le salvó la vida y, gracias al cual, nuestra familia pudo disfrutar durante tantos años de su entrañable compañía.

Por todo ello, sólo quiero decir...Bye bye, Rio... See you


domingo, 11 de septiembre de 2016

¿Es siempre un divorcio la única ópción?

Si una pareja decide darse el "Sí,  quiero" no tiene entre sus perspectivas que éste acto pueda terminar en otro "Sí, quiero" totalmente opuesto.  

El matrimonio, en sí, es el compendio de muchos acontecimientos: 
 - el encuentro final  de la pareja indicada, 
- la realización de tus sueños de toda una vida,
- la culminación de todas las etapas de una vida en común, desde el noviazgo hasta la formación de una familia  en común 

y , por todo ello, pensamos que será como en los cuentos de hadas: 
            Viviremos felices y comeremos perdices.

Pero, la vida es como un rosal: tiene espinas y tiene rosas y como dice un refrán:  Todo lo que empieza, algún día termina.  

Lo importante no es que termina sino cómo termina.

Es innegable que el final de un matrimonio, o sea, un divorcio, de por sí es una experiencia bastante traumática.  Pero significa ello que ¿todo termina ahí?

Dada mi modesta experiencia en el tema.- siete matrimonios, siete divorcios-, pienso que el divorcio no es el final sino el comienzo de una nueva etapa de esa relación.  Todo depende, no en el motivo que provocara ese desenlace, sino en la actitud que se asuma ante ello.

Puede ocurrir que, al hacerse éste efectivo, uno de los cónyuges estime que la culpa de la situación la tiene el otro, pero estoy convencida que en un divorcio, la culpa no la tiene uno solo.

Por ejemplo, si el divorcio se produce por desamor, y no hay resquemores, será duro para aquél que se siente abandonado pero, agradecerá sea efectivo ante que se produzcan hechos de mayor relevancia negativa, bien sean de origen violento o simplemente de carácter irrespetuoso.  La recuperación será lenta, pero llegará tarde o temprano.  Y la relación entre los ex, dado que no existen motivos de rechazo por parte de ninguno de los dos, será de convivencia pacífica, y si tienen hijos en común, éstos verán en sus padres una estabilidad que les permitirá sobreponerse a los acontecimientos.
 

Si es simplemente el desenlace a incompatibilidades de caracteres, aún cuando subsista el amor que los unió, aunque ya no tan apasionado, seguirán existiendo lazos que se mantendrán intactos. Y  podrá mantenerse una relación basada en el respeto mutuo e incluso podrán compartir sus vidas futuras entre sí, aún cuando ya hayan formado nuevas familias.  Y los hijos en común y los agregados, si los hay, sentirán que en vez de perder una familia, han encontrado otra más.

Si es una opción ante actos que afectan nuestro amor propio (léase engaño amoroso), es preferible tomarse un tiempo para analizar el paso a dar, pues el hecho hecho está y , a veces, no llega a consumarse, por lo que cabe la posibilidad de que no sea necesario llegar a más y es posible tomar decisiones que eviten el desenlace más drástico: el divorcio.

A veces, el divorcio es un acto de extremo amor y de búsqueda de la felicidad del ser amado. Quien bien te quiere querrá lo mejor para tí, y eso sucede cuando decidimos dejar ir al otro cónyuge para que pueda logar sus objetivos esenciales, por ejemplo, tener un hijo o alcanzar un status profesional estudiando en otro país.  Es un acto de altruismo que dice mucho de la persona que cede.  Y ello conllevará el eterno agradecimiento del uno hacia el otro y el establecimiento de la más bella de las relaciones.

Claro que hay divorcios en que es imposible llegar a acuerdos que permitan una buenas relaciones post-matrimoniales, pues las bajezas y los abusos de confianza son imperdonables, pero aún asi, si existen motivos que así lo aconsejen, por ejemplo, la existencia de  hijos en común, es necesario encontrar un punto de encuentro para que éste afecte lo menos posible la vida de aquellos que no pidieron venir a este valle de lágrimas.  Por suerte, este nunca fue mi caso.

Mis divorcios, en general, tienen en común que han sido bastante razonables, excepto uno en el que tuvo que tomar participación la jueza....pues resulta que el 'susodicho', se negaba a firmarlo porque se consideraba con derecho a la vivienda....jaja  el pobre, no sabía que la jueza era mi amiga, y se tomó el asunto muy a pecho.

Puedo decir, incluso, que en uno de mis divorcios, tuvimos a bien ir a Tropicana a celebrarlo, pues fue todo una demostración de madurez, ...y lo mejor es que después de divorciarnos, continuamos conviviendo durante ocho magníficos años y nunca nadie se enteró del acto que habíamos concluído.

Llegó un momento en que cuando llegaba al Juzgado, la letrada me preguntaba: ¿Vienes a casarte o a divorciarte?  Y yo sonreía, pues sabía que aquella no sería mi última visita al Juzgado.