domingo, 5 de marzo de 2017

Tres momentos de una misma historia

Es indudable el papel rector del cerebro en nuestros cuerpos.  Cuando percibe que está al límite, simplemente se 'apaga' y nos manda a dormir.  Y , hoy, gracias a ésta cualidad innata, me he levantado después de un sueño reparador con las ideas claras como nunca antes.  Por ello quiero, antes de que se me empañen, compartirlas con Uds.

A lo largo de estos meses en que he comentado mis memorias en las entradas de este blog , he intentado referirme a cuestiones generales, partiendo de mi experiencia personal, algunas buenas y otras no tanto.  Hoy deseo referirme a tres momentos en mi vida que me marcaron definitivamente. Aunque de todos ellos me esforcé por sacar lo positivo de los mismos, no por ello dejaron de hacer mella en mí.  

LA ESCUELA AL CAMPO.

A partir de no sé qué postulado martiano ( o al menos eso nos hicieron creer), se planteó que los estudiantes de secundaria en adelante deberían tener un mayor contacto con esa industria que brota del esfuerzo del campesino sobre la tierra: la agricultura.  Para ello se elaboraron en los años 60 planes de incorporacion voluntaria al trabajo agrícola, y posteriormente, el plan La Escuela al Campo.

Las opiniones sobre el mismo son sumamente encontradas, pero lo que no se puede negar es que fue una experiencia inolvidable para muchos.  

A finales de la década del 60, los Institutos Tecnológicos pertenecían a la categoría de centros semi-militares.  La dirección de los mismos estaba regida por militares a todos los niveles.  Por aquel entonces, siendo yo madre soltera y estudiando para profesora, el Instituto Pedagógico Superior "Enrique J. Varona" de la Universidad de la Habana, me ofreció la oportunidad de conseguir un empleo como tal en uno de estos centros docentes.  Comencé en el Instituto del Petróleo, sito en Campo Florido, de ahí fui trasladada al "Julio A. Mella" en Boyeros y, finalmente, reubicada en el Inst. Tecnológico de la Alimentación, "Ejército Rebelde" en Playa, muy cerca de la que fuera residencia Bacardí.  

Me encontraba laborando en este centro docente cuando fui enviada a mi primera Escuela al Campo, en calidad de profesora guía al frente de un grupo de alumnas por un espacio de tiempo de 45 días, a la zona más occidental del país: Remate de Guane , zona de cítricos cultivados en tierra arenosa ( un alivio, porque así no se manchaba la ropa de tierra roja).  

Una tarde, al regreso de la jornada, una de las alumnas ( me veían más como una compañera que como una profesora, casi eramos de la misma edad), se me acerca y me comenta muy consternada que le habían aplicado una sanción en su asamblea de la Unión de Jóvenes Comunistas porque había mantenido relación postal con su mamá, quien había abandonado el país.  Con la ingenuidad más grande del mundo, y sin percatarme de que 'las paredes tienen oídos', me dirijo a ella y le explico que ésa es una medida arbitraria a mi modo de ver, pues las relaciones familiares debieran estar por encima de las convicciones políticas.  (En mi familia se habían dado varios casos pero seguíamos manteniendo vínculos, por eso no lo entendía, y además, yo no militaba en ninguna organización política, aunque sí de masas como casi todo el mundo, por ende desconocía sus estatutos).   

Unos días más tarde, estábamos haciendo un alto en la jornada laboral sentadas en el suelo conjuntamente con la campesina que nos orientaba en nuestras labores.  No recuerdo como surgió el tema, pero acabé coordinando con dicha campesina un intercambio: yo tenía un hijo alérgico que necesitaba malanga y ella, necesitaba ropa de trabajo, así que quedamos en hacer un trueque.  ERROR, lo promoví frente a las alumnas de mi brigada, pues no veía nada malo en ello, y no me percaté de unos ojos y oídos maliciosos que allí estaban al acecho.

Esa noche, ya de vuelta al campamento, recibo una citación de la dirección del mismo.  Acudo al referido local y, no más entrar, percibo que algo no iba bien.  Allí se encontraban todos los responsables del campamento, incluyendo los del Partido y la UJC.  Me invitan a pasar y sentarme y acto seguido me preguntan si tenía algo que declarar.  Como no veía nada malo en mis actos, proseguí a referirlos con lujo de detalles.  Al finalizar se me dijo que los compañeros presentes analizarían el caso y me darían la respuesta esa misma noche.  Y asì fue.  Un rato después, fui citada nuevamente para informárseme que debía abandonar el campamento y presentarme en la dirección del tecnológico.  

A la mañana siguiente, así lo hice.  Me llevaron de regreso a La Habana y al otro día me presenté en el centro. Y cual no sería mi sorpresa al entrar al Claustro de profesores y ver alli reunidos a la mayor parte de los docentes del centro, junto a la dirección y los representantes del Sindicato y las organizaciones politicas. Me sentí como debieron sentirse los gladiadores cuando esperaban que el César levantara o bajara el pulgar. Después de un breve intercambio, en el cual no intervino a mí favor ninguno de mis compañeros, se me explicó la medida que habían decidido tomar:  suspenderme de empleo y sueldo y retirarme de la docencia por, según consta en dicha resolución: No poseer la capacidad ideológica suficiente para ser forjadora de nuestra juventud.  !Qué ironía!

Yo, que habiendo sido educada como una pequeña burguesa, y disfrutado de todas las posibilidades que otorga tal estado, lo había dejado todo a un lado y me había subido al carro de la Revolución sin pensarlo dos veces, sólo con la intención de ayudar a forjar a las nuevas generaciones en sus 'ideales'.  Y era tratada como la más vil de las traidoras.

Llegué a mi casa, me senté a conversar con mi papá y éste, sin decir nada me dijo: Vístete, que esto lo arreglo yo.  Mi padre era un hombre de ideas y principios claros, que gozaba de la amistad de muchos, y entre ellos, del Dr. Rodríguez Machado, quien en esos momentos fungía como asesor en el Ministerio del Trabajo.  Nos fuímos a verlo y le explicamos el caso.  Unos días más tarde mi padre me dijo como en el programa de la Dra. Polo:  Caso resuelto.  Vete y busca un nuevo empleo.  (Su amigo había eliminado mi expediente laboral, claro que con ello desaparecían cinco años de mi vida laboral, y me había creado uno nuevo).

Por su parte, la Decana de la Facultad me informó, que dado que ya no podría ejercer como docente, debía darme de baja de la misma.  Pero que ella me concedería el poder terminar el curso.  A su vez me instó a 'purgar mi culpa'  incorporándome por dos años al Ejército Juvenil del Trabajo, a lo que yo me negué porque consideraba que no había llevado a cabo ningún acto criminal por el que debiera pagar.

Fue así cómo, después de algunos meses, comencé a trabajar en el Consejo Nacional de Cultura, y  mira por donde, como DOCENTE y formadora, fungiendo como tal durante 25 fructíferos años.  E incluso, pude matricular nuevamente en la Universidad, gracias al esfuerzo y el visto bueno de muchos que confiaron en mí, como mi papá.

Y así termina el primer acto de mi Catarsis.  Y, como en los seriales, CONTINUARA.




2 comentarios:

  1. Quedo a la espera del próximo relato.

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  2. Retomando las lecturas de su blog, una disculpa por la demora pero mis ocupaciones me obstruyen una de mis prioridades preferidas en la vida, leer y disfrutar aunque nunca es tarde😊Como siempre, un placer leerla en su blog.

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