domingo, 14 de agosto de 2016

¿A la Biblioteca Nacional.?..sí o sí

La Habana, junio de 1963  Diario de una estudiante en apuros.


Me siento algo preocupada.  Esta semana comienzan mis exámenes en la Secundaria y aún me quedan por delante muchísimas horas de estudio individual. Y, ante esta situación no me queda otra que irme a estudiar a la biblioteca, porque a pesar de la extensa bibliografía que poseo en mi casa (gracias a las buenas artes de mi madre, que muy previsora me regaló sendas colecciones de arte universal cuando aún no tenía edad para valorar la magnitud de su regalo), necesito acceder al resto de la misma, y qué mejor lugar para ello que acudir a la Biblioteca Nacional "José Martí".

Hace un día horrible, llueve sin parar, las calles están inundadas, pero aún así, decido coger la guagua e irme a la biblioteca a estudiar.

En realidad, es un lujo poder contar con este edificio de 15 plantas, en un lugar tan céntrico de La Habana, la antigua Plaza Cívica, hoy Plaza de la Revolución en el municipio del mismo nombre; la ruta 43 que pasa al doblar de mi casa me deja a pocas cuadras, aunque tambien puedo hacer transferencia y coger el ómnibus 74 que me deja enfrente. 

Es un ambiente perfecto para concentrarse, los amplios salones son muy frescos y las mesas  y las sillas de la sala de consulta, sumamente cómodas; la luz es buena y la ventilación, también; aunque lo mejor es el ambiente, el silencio que reina en sus salones y la posibilidad de disponer de toda la bibliografía que necesito gracias a la magnifica atención que me brindan las bibliotecarias y el amplio stock que existe en sus almacenes. Y si en algún momento necesito hacer un "break" pues, me bajo a la cafetería y me pido un tentempié (un vaso de "líquido de freno" y dos masarreales), la cual queda frente a los salones dedicados a los niños.  

Cuando uno está situado a la entrada de este majestuoso edificio, se siente acogido por todos aquellos cuyos nombres están grabados en sus paneles de mármol rojo, y al entrar al hall, se ve a la derecha el Salón de Actos en el que se ofrecen actividades varias y la preciosa escalera por la que puedes subir o bajar, en dependencia de lo que busques.  Me siento como si estuviera entrando en un "mundo de maravilla" por su magnificencia. También están los salones en los que se puede escuchar música, e incluso aprender idiomas autodidácticamente como hizo mi amigo Felipe.  En fin, la Biblioteca Nacional es un lugar sumamente acogedor, donde pasar incluso las mañanas de los sábados y los domingos.  Aún cuando, como en la mayoría de las bibliotecas públicas en las que me hice miembro del departamento de préstamos, me declararon " persona non grata" porque me demoré en devolver algún libro.  Claro es que yo me tomo muy a pecho aquello que dicen que dijo el Apóstol: "Robar libros no es robar".

Llega la hora de regresar a mi casa, mas la avenida de Rancho Boyeros sigue inundada.  Ir a la biblioteca es algo que merita que me ponga mis mejores galas, por eso llevo puesto mi vestido camisero de guingham rosa bordado de margaritas por mi prima Zenaida, con mis sayuelas de parar para que luzca mejor la amplia saya cogida en la cintura por un estrecho cinto de la misma tela, y para completar mi atuendo, mi madre me ha prestado sus zapatos blancos tipo "ballerinas", que me quedan un poco grande, pero no se nota.

Me dispongo a cruzar de la biblioteca a coger el paseo central de la referida avenida pues deseo ir andando hasta la Calzada del Cerro a coger la Ruta 58 que me deja a una cuadra de mi casa, después de hacer el transbordo. Y cuando meto el pie en las aguas que corren raudas, veo como mi zapato izquierdo, el que cubre mi pie más pequeño, se va alejando arrastrado por la corriente como si fuera mi querido "Barquito de Papel", rumbo a la alcantarilla más cercana, donde entró para no salir.   Pues bien, como no me queda otra, me quito el otro zapato y me dispongo a continuar mi viaje andando como si de una promesa se tratara.

  Al llegar a la Calzada del Cerro tengo suerte y me monto en una "violetera" que lleva un asiento vacío (son vehículos pintados de violeta y blanco y conducidos por mujeres reinsertadas por la Federación de Mujeres Cubanas FMC) y así logro llegar a la esquina de mi barrio.  Atravieso el parque de 76 y 51 y observo que todos me miran de forma interrogante, pero yo nada puedo hacer.  Continúo mi camino hasta llegar a mi casa, donde mi madre al ver en la situación que arribo, me hace la pregunta del millón(muy parecida a la que le hizo la madre de Pilar en los Zapaticos de Rosa:   - ¿Y dónde están mis zapatos? -, Y no tengo más remedio que hacerle el cuento,  y no el de la Buena Pipa.



2 comentarios:

  1. Me encantó la palabra violetera, me recuerda a una película de Sarita Montiel...

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  2. Dios qué tiempos aquellos donde todo era motivo para risas. Luego se vuelven recuerdos que se quedan encogidos en el miocardio. Excelente como siempre Pucha. Gracias por llevarme de la mano de nuevo a mi añorada tierra. Hoy te envié la postal. Acusa recibo por favor. Un abrazo...

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