domingo, 30 de agosto de 2015

Los Domingos: Pelo suelto y carretera

Para mi padre, los domingos era el "día de la familia", por ello, generalmente nos íbamos a visitar a mis abuelos maternos y a reunirnos con el resto de la familia Velázquez en el reparto el Diezmero.  Lo que más me impresionaba del viaje era la estatua del Caballo Blanco que estaba colocado a la altura de un lugar del mismo nombre.

Ese día, nos levantábamos muy temprano pero no para ir a misa, pues mi padre era masón y mi madre una católica practicante "a su manera".  Mi madre se metía en la cocina y preparaba comida para llevar para más o menos 30 comensales: algunas veces una gran olla de arroz amarillo con pollo o tamales o cualquier otro de sus deliciosos platos, porque mi Abuela Angelina no era muy ducha en la cocina.  Una vez terminada la actividad culinaria, mi madre nos vestía a mi hermana y a mi, y nos peinaba (ese era el único día de la semana que nos soltaban las trenzas)  Una vez listas para salir, nos montábamos en el "cola de pato" de mi padre y a coger carretera.

Antes de llegar al Diezmero, hacíamos un alto en la calle Estrada Palma en Lawton donde residía mi abuelo Bonifacio con su 2da esposa y mis tíos Manolo y Roberto, quienes eran menores que yo ya que mi abuelo a los 45 años se había casado con su ahijada de 15 y habían tenido dos hijos.  !Menudo abuelo que no permitía que le dijeran viejo ni de cariño!

Una vez en el Diezmero, nos cambiábamos de ropa y a vivir la vida loca.  Por lo general, nos reuníamos unos 17 primos y a los mayores, - incluyéndome a mi-,  primero, nos mandaban a la "escuelita" del culto de la iglesia de Miriam  y, después, nos permitían jugar por los alrededores, ocasión que aprovechábamos para "fugarnos" hasta la Loma del Mirador y practicar nuestro deporte favorito: tirarnos en hojas de yagua a lo largo de la loma. ¡ Eso era  pura adrenalina!  Pero, el regreso
era lo mejor, porque como casi siempre alguno se lesionaba, Abuela se enteraba y ya Uds. saben, más de uno cogía lo suyo en el baño y cuidadito con llorar.

Después del almuerzo familiar para el que se habilitaba la mesa extensible y todo el mobiliario disponible ,- primero: los niños; después, los adultos-, dormíamos la "siesta" como podíamos y sobre eso de las 4 o las 5 de la tarde nos preparábamos para el regreso.pero no sin antes saborear las riquísimas champolas del guanábano del patio que nos preparaba Abuela. Casi siempre mi Tía Esther y su familia regresaban con nosotros y nos íbamos a ver las "vidrieras" de las tiendas de la calle Galiano y sus alrededores, pues tanto mi madre como mi tía eran modistas de Alta Costura y necesitaban estar al día con las exigencias de la moda ( independientemente de lo que veían en las revistas de la época).
Después de recorrer  los portales desde  la calle Reina , pasando por los Almacenes Ultra, la peletería California, la ferretería San José,  la Mariposa, Cuervo y Sobrinos, Flogar , Fin de Siglo. El Encanto, la Época y algunas mas hasta la calle Neptuno, llegaba la hora de merendar: unas veces en la cafetería del  cine-teatro América o en  la ultra-moderna Kawama con su autoservicio y su parking de 3 plantas o en la casa de los mejores helados de frutas naturales que he conocido: el Camagüey, donde saborear sus  helados de mamey, guanábana, piña u otras frutas tropicales era como paladear los frutos del Paraíso.

Una vez recuperadas las energías, en ocasiones, entrábamos a un cine de la zona, o bien al majestuoso América con sus baños que daban la impresión de estar en el Grand Trianon, o en el más moderno Astral,  O bien en el Duplex con sus asientos reclinables y que yo me creía eran un juguete más  o  en el Rex donde veíamos documentales y noticiarios, incluídos el NO-DO español. Algunas veces, incluso, entrábamos al Cinecito pues, no siempre en esos lugares, las peliculas eran aprobadas para todas las edades.

Una vez terminada la función, llevábamos a mi Tía y su familia a su casa en el Vedado y seguíamos viaje hasta la casa, paseando por todo el Malecón, la Rampa, cruzando el puente Almendares, el rpto. Kohly, siguiendo por la ave. 41 hasta las Delicias de Belén,  por donde mi padre se metía para acortar el viaje y salir a  la ave. 51, justo en la esquina de la Bodega del Muerto.  Una vez llegados a Alturas de Belén, nuestro barrio,mi padre guardaba el carro en el garaaje mientras mi madre,  con mucho amor,  nos ponía los pijamas, nos daba un pomo de leche (una botella de cerveza con biberon y todo),  ponía el mosquitero, nos daba un beso  y nos decía: A DORMIR, QUE MAÑANA ES LUNES Y HAY QUE MADRUGAR.






4 comentarios:

  1. Bella crónica estimada amiga. Estas son las lecturas que enaltecen, dan vida a nuestros ánimos. Es que la familia es un emporio de imágenes, especialmente a esa edad en la que tenemos la ocasión de reunirnos todos los integrantes de la misma. Gracias por esta posibilidad de abrirme la puerta y entrar a ese recinto maravilloso de su familia. Qué vigor el de Bonifacio!!! Que en gloria esté.

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  2. Me encanta la pasion que le pones;no crees que falta alguna fecha o edad por ahí?un beso.......

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  3. MUY BUENO, TUS ANECDOTAS ME HACEN IR AL PASADO Y RECORDAR LAS MIAS. ES COMO VOLVER A VIVIR.

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  4. Bonita su historia me recuerda a un amigo Argentino que me regaló su biografía titula "Bulelé garín y su gente" reciba saludos desde un rinconcito de Guanajuato México

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