domingo, 7 de febrero de 2016

De La Habana a Yaguajay: tras las huellas de nuestra historia

El calor, aún a estas horas, es simplemente asfixiante.  Intento paliarlo sentada frente al ventilador que gira y gira a toda velocidad, como el buen Ciclón que es.  Está  a punto de iniciarse mi serie favorita: Anatomía de Gray.  De pronto, suena el teléfono.  Escucho una voz conocida que me dice: " Hi, this is Barbra.  Is this Pucha?"  Es mi amiga canadiense que me llama para confirmarme que llegará al otro día y no olvide recogerla en el aeropuerto. Ya habiamos acordado la última vez que nos vimos, que se pasaría esos días conmigo.  Sería su intérprete durante los 15  días que utilizaríamos para viajar por la Isla.

Apenas llegadas a la casa, nos dispusimos a organizar el trayecto para un óptimo aprovechamiento de su estancia.  Me explicó sus objetivos y, cual no sería mi sorpresa, cuando me dijo que deseaba visitar aquellos  lugares históricos en los cuales la presencia de Camilo Cienfuegos había sido determinante. Traía una variada información al respecto y tenía muy claro la ruta que quería seguir.  Así, que una vez puestas de acuerdo con Tita, mi amiga la taxista quien sería la encargada de transportarnos a esos lugares, nos dispusimos a preparar las condiciones para partir dos días después.

Nuestra "aventura " comenzó con la visita, el día previo a la partida, a una pequeña casa-museo instalada en la calle Pocitos en la barriada de Lawton.: el modesto hogar de la familia Cienfuegos Gorriarán, Sería su residencia durante dos años, y en ella nacería Camilo el 6 de febrero de l932.  En el referido Centro exhibían una reducida muestra de muebles, objetos personales y documentos relacionados con nuestro héroe y su humilde entorno familiar.  Y, a la vez, confirmamos que la mayoría de los objetos más importantes relacionados con el Señor de la Vanguardia se encontraban en su monumento erigido en Yaguajay.  Y hacía allá enfilaríamos nuestro rumbo al  día siguiente a primeras horas de la mañana.

La ruta seleccionada tenía como punto de llegada el Museo Nacional Camilo Cienfuegos de Yaguajay, en la provincia de Sancti Spiritus. Dadas  las posibilidades, decidimos aprovechar las ventajas de un viaje en auto y pasarnos por Playa Girón, Playa Larga y pernoctar en Cienfuegos.   Pudimos así visitar varios lugares de interés de la zona, incluyendo el criadero de cocodrilos y caimanes.  Después, yendo por toda la carretera que bordea la costa llegamos a Cienfuegos.  Bellísima ciudad donde visitamos el Museo Naval,.-que atesora entre otros objetos museablaes, restos del acorazado Maine.  Más tarde, nos fuimos a cenar a una  magnífica Paladar y efectuamos una visita  al Palacio Valle.  En este último, apreciamos  la mezcla de estilos en su construcción y decoración pero con una lograda armonización en la que se hacían patente muestras del más exquisito arte mudéjar. Desde su terraza superior es posible disfrutar de una preciosa vista de la bahía de esta acogedora ciudad, que dicho sea de paso, es la ciudad natal de nuestra querida Tita. La limpieza de sus calles y  parques son dignos de mención, así como la hospitalidad de sus habitantes.

 Como dato curioso, si en algún momento tienen la oportunidad de visitarlo, dado que actualmente es un restaurante de lujo, ojo con el postre, pues su valor es casi igual a una "completa" en cualquiera de las excelentes paladares existentes en la ciudad. 

Desde Cienfuegos, decidimos llegarnos hasta Trinidad, no sin antes pasar por varias fincas y llenar el baúl del carro de unos super-mangos.  Una vez en la célebre Ciudad Monumento, nos fuimos a visitar a mi amiga Isaura, en cuya casa está instalada la sede de las artesanas de la ciudad.  Tiempo atrás, en esta casona se filmaron escenas de la película "El Hombre de Maisinicú" y mi amiga muy oronda me enseñó la "nevera" que tiene mas de 200 años y cuya agua sigue siendo tan fresca y agradable como el primer dia. De allí nos fuímos a dar una vuelta por todos los rincones de la Villa, incluyendo casas y lugares coloniales,  el Museo del Escambray, el taller de alfarería de la familia Santander, una paladar que está ubicada justo al lado de una ceiba bi- centenaria, un pequeño mostrador donde ofertaban vasos de batido de mango a peso (moneda nacional) y el bar la Canchánchara, donde casi aprendemos a tocar las tumbadoras a base de jícaras de esta "apasionante" bebida que tomaban los mambises. No  pudimos visitar el Museo Romántico porque estaba cerrado. Al regreso hacia Cienfuegos, nos detuvimos en la playa de Casilda a "refrescarnos" un  poco. 

Teniendo en cuenta que habíamos concluido esta etapa de nuestro proyecto, decidimos darnos un "diez" y nos fuimos en busca del motel de San José del Lago de Mayajigua.  Un lugar que desde mi adolescencia había conocido a través de un amigo y al que siempre habia ansiado ir. ¡ Menuda sorprsa!.¡  Aquello era el "paraíso"!  Todo se mantenía igual que en las postales que mi amigo me habia enviado muchisimos años atrás.  Hasta seguían estando los flamencos en las aguas del lago y, aún funcionaban las piscinas.  Las cabañas tenían duchas con agua fría y caliente, aire acondicionado, teléfono, televisión por cable y mucha higiene.  La atención, esmerada y los restaurantes, si bien su oferta gastronómica no era muy extensa, tanto el desayuno como las comidas estaban muy bien confeccionados. De los precios. madre mía, aquello era un regalo.  Casi todo en moneda nacional y muy accesibles. ¿ Lo más caro? Las habitaciones: 5 CUC diarios. Y lo que era mejor aún, mi amiga Barbra era la única extranjera.  El resto de los huéspedes eran nacionales, familias campesinas de la zona que veraneaban alli.  Pudimos jugar al dominó, tomar daiquirís y mojitos, bailar  y descansar apaciblemente pues no había ni mosquitos.  Aún se podían apreciar los terrenos que ocupaba el pequeño aeropuerto construido en los 50 para los turistas norteamericanos asiduos al lugar.   Realmente fue una muy agradable sorpresa encontrar este "oasis" en medio de la campiña.



Una vez recuperadas y relajadas, iniciamos el viaje de retorno.  Ese día nos ocurrió algo que no habíamos afrontado durante todo el trayecto:  nos ponchamos en tres ocasiones, agotando las reservas de neumáticos.  Por suerte, cerca del lugar de nuestros percances encontramos una ponchera particular en la que nos atendieron a cuerpo de Rey, brindándonos esa hospitalaria tacita de café  que tanto distingue al cubano y en la que adquirimos unas ristras de ajos de las cientos que llenaban el recinto.  Terminadas las reparaciones, nos despedimos rumbo a la capital, a donde arribamos cerca de la medianoche con muchas cosas para contar y compartir.







2 comentarios:

  1. Hola, pasaba por aquí. ¡En hora buena por el artículo! Un gustazo. Chao.

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  2. Me encanta que escriba sobre Cuba y en particular sobre Camilo Cienfuegos un gran personaje, me considero afortunada de tenerla como amiga y sobre todo de poder leer y participar en su blog.

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