domingo, 28 de febrero de 2016

Mi madre...una mujer fuera de serie




Para todos y cada uno de los seres vivientes que habitan este planeta, su progenitora es un ser excepcional.  Y tienen razón: Madre sólo hay una. Pero, la mía,  además, fue una mujer fuera de serie. Poseía una visión "a largo plazo" que la evidenciaban como una mujer adelantada a su tiempo.


 Margarita Matilde Velázquez Díaz, la  cuarta hija de un matrimonio formado por un apuesto pichón de isleño y una bella mulata criolla








De uno heredó el temperamento; de la otra, la belleza.  De ambos, el coraje y el amor por la familia.  El pasado 26 de febrero hubiese cumplido 97 años, y como no pude regalarle un ramo de sus flores preferidas, los gladiolos, quiero compartir con Uds. algunos de esos momentos que conservo en mi memoria y que demuestran su valía y entereza como ser humano. Su papel en ellos es "estelar", porque en todos y cada uno fue la "estrella" .
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Me contaba mi querida abuela Angelina, que de niña a mi madre no le gustaba mucho el ir a la escuela.   En cuanto oía hablar de ello, salía corriendo y se subía a uno de los árboles del patio de la casa en la cual residían en la bella ciudad de Cárdenas.  Ante esta situación, a mi abuela no le quedaba otra que ir en busca del vigilante de la cuadra quien con la porra en la mano y bajo amenaza lograba hacer bajar a la pequeña "rebelde".  Sin embargo, mi madre desarrolló el hábito de la lectura convirtiéndose en una autodidácta con la cual se podía conversar de temas muy diversos. Y, a la vez, logró que yo me convirtiera en una asidua lectora.

Una vez terminado el 3er grado, la familia se mudó para la Habana.  Fue entonces cuando mi madre decidió que ya había aprendido lo suficiente y ante esto, mis abuelos la enviaron como aprendiz a un taller de costura de unas francesas que la acogieron como a una hija y le enseñaron todo lo concerniente al oficio.  Con apenas 12 años, ya ganaba el dinero suficiente para pagar el alquiler del cuarto donde residían en el barrio de Cayo Hueso ella, mis abuelos y sus 6 hermanos.
Mi abuelo Boni era un padre a "lo español".  Mantenía el control de la economía familiar a tal punto que, cuando había que comprarles ropa o calzado era él quien los llevaba, les hacía probarse las piezas y les decía:  "Si os quedan grande, mejor, asi les durarán más".  Mi madre le entregaba semanalmente su salario integro.  En una ocasión, mi madre le pidió parte del dinero porque quería comprarse una telas para hacerse unos trajes para una representación teatral que harían entre todos los hermanos. Mi abuelo se negó y además, la golpeó.  Mi madre se rebeló y decidió irse de la casa.  Fue a vivir con las dueñas del taller que tanto la apreciaban y allí se mantuvo hasta que estuvo preparada para tener su propia vivienda. 

Un tiempo después, se alquiló su primer piso en el Vedado: un pequeño apartamento de un solo cuarto el cual mi madre acondiconó demostrando su exquisito gusto y al cual acudían sus clientas a entallarse la ropa solicitada.  Fue en esta época, cuando tuvo lugar el siguiente incidente:  

Entre las clientas de mi madre, se encontraba Ma. Luisa Gómez-Mena, Marquesa de Revilla de Camargo.  En una ocasión, tenía preparados los trajes para entallar y se lo informa a la clienta.  Esta le dice que pase por su casa a probárselos.  Mi madre, alquila un taxi, se presenta a la puerta a la hora señalada y cuando el mayordomo se asoma, le explica a lo que viene.  El mayordomo la mira de arriba a abajo y le dice:  "El personal de servicio entra por la puerta de atrás."  A lo que mi madre respondió:  "Dígale a la Sra. Marquesa, que Margarita ha venido a entallarle los trajes, pero que Ud. no me ha dejado entrar.  Que puede pasar por mi casa cuando lo desee.  Ella sabe donde vivo".  Y sin más, se volvió a meter en el taxi y se marchó.  Unos días más tarde, recibió un mensaje de la Marquesa en que le pedía que fuera a su casa a entallarla.  Y así lo hizo, pero entrando por la puerta principal directo al bello baño-tocador de mármol de la propietaria.

Mi madre fue una mujer bellísima con un cuerpo de modelo.
 Gustaba mucho de estar siempre arreglada y compuesta a cualquier hora del día, incluso hasta para cocinar.  A pesar de sus rasgos, (  se parecía muchísimo a Delia Garcés, una actriz argentina que protagonizó "Casa de Muñecas"), no olvidó nunca su condición de mestiza. Compartía por igual con negros y blancos y odiaba la discriminación racial. Aún así, se vio envuelta en varios episodios relacionados con esta lacra social de los cuales siempre salió airosa.  Paso a relatar algunos de ellos a contiuación.

Había yo terminado el 2do grado en la Escuela Nacional Masónica, sita al fondo del cine Arenal, cuando mi madre se ve obligada a buscarme una nueva escuela, pues mi padre había pasado a ser un "masón dormido".  Estuvimos en varias y , entre ellas, en el colegio la Luz, a un costado del Habana Libre( en construcción por esa fecha) y en el que hoy creo radica un Palacio de los Matrimonios.  Pues bien, mi madre se reunió con la Directora del Centro y le refirió sus intenciones de matricularme en el mismo.  Esta me miró, la miró y le dijo:  "Sabe, por mí no habría ningún inconveniente en ello pero, no puedo matricularla.  No es por mí, es por las madres de las otras niñas."  Ante esta respuesta mi madre se levantó del asiento, le dio las gracias, me tomó del brazo y cuando estábamos a la altura de la puerta, se volteó y le dijo:  "Sabe, qué, no creo que a mi hija le hubiesen gustado las otras niñas".  Y sin más, salimos del recinto.    Mi madre aunque era católica practicante (a su manera) , no quería que yo estudiara en un colegio de monjas sino en uno laico.  Siguió buscando y por suerte, encontró el colegio "Añorga", un colegio bilingüe en el cual obtendría una esmerada formación académica, sin tener que sufrir discriminación alguna por mi color.
Para mi madre, una de las metas más importantes a alcanzar por una mujer era su independencia ecónómica, pues ésta le permitiría disponer de su propia vida.  Aún cuando mi padre, un arquitecto-constructor de renombre poseía un altísimo poder adquisitivo que nos permitía gozar de una vida de lujos y comodidad, mi madre nunca dejó de ejercer su oficio. Se levantaba todas las mañanas a las seis, se hacía su tacita de café y se paraba frente a la mesa del comedor a cortar el patrón o delante del maniquí a cortar directamente .-poseía tres-, porque decía que a esa hora tenía la mente clara para esta acción.  Para ella no existía costura difícil.  Era muy creativa y le gustaba orientar a sus clientas acerca de las prendas que más le convenían.  Daba igual que le pidieran un sencillo vestido que un traje de novia ,-  como el que luciría Daisy Granados en la película "Cecilia"-, o un artículo de lencería o de canastilla. A mi hermana y a mí nos hacía mucha ropa pero no nos dejaba almacenarlas.  Teníamos que dar aquellas que ya habíamos usado a otros familiares o personas necesitadas.  Nos enseñó siempre a compartir lo que teníamos con aquellos no tan agraciados por la vida.  Ella nunca olvidó su origen humilde ni la fatídica época en que la confundieron con una comunista  y les cogió un odio a muerte porque por ello la echaron de su trabajo.  También, por esa época surgió su aversión por la harina con leche y boniato.  Sin embargo, jamás nos inculcó sus ideas políticas por el contrario, nos animó a realizarnos dentro de la sociedad que nos tocó vivir e incluso, siempre me decía que "a Fidel, hay que sentarse a escucharlo pues leerlo no es igual."


La costura no fue la única pasión de mi madre.  Su amor por la cocina la convirtió en un "chef" internacional, al que lo mismo podías pedirle un pollo "a la ville-a-roy" que una paella que un pastel de pescado o conejo.   Y elaborando cakes había que decirle Ud.  Era una gran gourmet y disfrutó de ello en muchos de los mejores restaurantes de Cuba y del mundo.  Le encantaba cantar .- tenía una voz muy agradable.-, En cierta ocasión, trabajando de costurera en el Teatro Martí, ella contaba que estaba Rita Montaner y la oyó cantar y le comentó que debía dedicarse a ello.  Pero, sus intereses por esa época eran otros.

De la personalidad de mi madre pudiera estar hablando horas y horas.  Fue la mujer que hizo posible que yo sea la mujer que soy.  Pero quisiera despedirme, narrando otro suceso en el que se revela su carísmática personalidad.  Estábamos ambas en su tienda preferida, "El Encanto", en el dpto. de señoras en la sección del calzado de la marca Merry-Go-Around (sus preferidos).  Nos acomodamos  en los bancos allí situados para probarse ella el par elegido.  Mientras esperábamos, una señora que estaba a nuestro lado, me mira y le pregunta:¿ Es adoptada o es la hija de su criada?. A lo que mi madre, sin inmutarse, le contestó: "Ni una cosa ni la otra.  Es mi hija, la he llevado nueve meses en mi vientre."

Así era Margarita CantaClara, como se decía a sí misma.  La que no tenía pelos en la lengua.  Madre y abuela amantísima.  Hija y hermana excepcional.  Esposa ejemplar. Abnegada trabajadora. Buena vecina y mejor amiga.  Pienso en ella a todas horas y doy gracias una y otra vez a la vida por haber tenido la madre que tuve.

Gracias por su tiempo.  Hasta la próxima.






3 comentarios:

  1. Muy emotivo y muy bonito, sin palabras

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  2. ¡Qué belleza este compendio de recuerdos amiga! Me parece ver a esta hermosa mujer por Galeano y San Rafael de la mano de su hija vestida como una princesita. Genial.

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  3. Lo he vuelto a leer y he vuelto a disfrutarlo como el primer día. Creo que nunca escribiste algo tan bello. Un abrazo mi Pucha querida.

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