domingo, 10 de julio de 2016

De cines, festivales, conciertos y...algo más

La Habana, esa increible ciudad que ha sido electa "Ciudad Maravilla", es, ha sido y será parte integral de mi existencia.  En sus 15 municipios han tenido lugar la mayor parte de los eventos que se han convertido en mi mayor tesoro: mis recuerdos. Y una parte de ellos quisiera, amables lectores, compartir hoy con uds., una vez más.

El cine ha ocupado entre mis lugares de ocio preferidos, sitio preferente.  Desde muy pequeña asistía entusiasmada a las tandas infantiles que ofrecía el "Cinecito (hoy "Pionero")  y en cuya pantalla se movían haciendo de las suyas las figuras del Pato Donald, sus tres sobrinos, Rico McPato y su novia Daysi (después supe que su nombre significaba Margarita en inglés), el Pájaro Loco, las Urracas parlanchinas, Tribilín, Pluto, Porky Pig, en fin, toda la gama de personajes de los "muñes" y de los cuentos como Cenicienta, Blanca Nieves y los siete enanitos, La Bella Durmiente y muchos más producto del laborioso trabajo de los estudios Disney, Looley Tunes y otros más.

Pero no era este cine el único que ocupaba un lugar importante en mi agenda semanal.  Aunque nací en el Vedado, me crié en Marianao, específicamente en Alturas de Belén y como toda barriada que se respetara, tenía su cine de barrio: el Omega (hoy es un local de ensayos de un grupo de danzas, y su estado es lamentable, pero en aquella época hacía las delicias de niños, jóvenes y adultos y en su cafetería podías deleitarte con las "chuches" y bebidas de tu agrado).

  Casi todos los lunes, el chofer del ómnibus escolar debía, a las 4 y media de la tarde, dejarme frente a la puerta del referido cine, donde me esperaría mi madre en compañía de alguna amiga o de mi abuela Angelina.  Era el Dia de las Damas, la entrada de las mismas se reducía a 10 ctvos de 40 ctvos que costaba habitualmente, y se exhibían películas por lo general argentinas o mejicanas, con abundancia de "sentimentalismo", por lo que no se nos podían olvidar los consabidos pañuelitos ( de encajes o bordados o simplemente pintados) que se llenaban de ese líquido acuoso llamado "lágrimas" con la intrusión de algún que otro incómodo "moquito".  Ese día proyectaban, como era usual en los cines de La Habana, dos películas, una de estreno y otra de relleno, algún que otro documental, un sketch humorístico a cargo de Trespatines o cualquier otro cómico del patio y unos cuantos spots publicitarios.  La mayoría de veces ni me enteraba bien de lo que pasaba en aquella pantalla gigantesca, orgullo de sus propietarios, pero no importaba porque ese día salía con "los mayores".

Los sábados, era otra cosa.  Después de las habituales caminatas por las calles de Galiano, San Rafael y alrededores en las consabidas "tardes de compras" de mi madre , mi padre se reunía con nosotras sobre las 6 de la tarde (hora en que cerraban los establecimientos comerciales) y nos invitaba a mi madre y a mí a la tanda correspondiente del fabuloso cine-teatro "América", ubicado en la propia zona. Aún antes de entrar, no más asomada a las puertas de entrada se percibía aquel grato ambiente que reinaba en su interior. Su estilo Art Nouveau hacía que la sola vista de su impresionante vestíbulo con aquellas sinuosas escaleras a ambos lados me transportara al mundo que yo imaginaba era el de Alicia en el país de las Maravillas; sentada de frente a la pantalla disfrutaba de su escenario flanqueado por balcones que parecían flotar, el rojo cortinaje que adornaba aquel lugar desde donde se proyectaban las imágenes, y cuando miraba al techo me parecía estar bajo una lluvia de estrellas.  Pero el mejor momento era cuando subia y bajaba por sus escaleras interiores que semejaban un laberinto que me conducía a un mundo de ensueño: el Cuarto de Damas (los aseos), donde me sentía como una princesa en su palacio gracias a su delicada decoración, sus sillas, sus coquetas, sus cortinas.

Como colofón de estas salidas en familia, mi padre solía llevarnos a cenar a algun sitio cercano. De todos ellos mi preferido era "El Pacífico" (HAI-PIN-YON), según muchos, incluyéndome a mí, el mejor restaurante chino de La Habana en los años '50-'60, ubicado en la 5ta planta del 516 de la calle San Nicolás, en pleno Barrio Chino,  Cuando el ascensor abría sus puertas se percibía en su totalidad el salón comedor y sus reservados, todo ello decorado a la usanza china, con muebles lacados y pintados, biombos, cortinas y sus mesas redondas o cuadradas para 6 ó 4 comensales y su mesa preparada para banquetes al final.  Las persianas de las ventanas permanecían abiertas por lo que en el interior del salon existía un clima muy agradable producto del paso constante de la brisa marina.  Aquel lugar era como un viaje al continente asiático en pocos minutos. No sólo por la abundancia de objetos de marfil, jade y demás que allí se apreciaban sino porque una vez solicitado el pedido, comenzaban a llegar los exquisitos manjares: las maripositas chinas en su salsa agridulce, las sopas chinas con sus yemas de huevos y profusión de hierbas, y el plato estrella: el arroz frito (en realidad, el arroz frito que se conoce en Cuba ( elaborado a base de arroz blanco, pescado, mariscos, pollo, carne de cerdo ahumado:Cho-Siu, brotes de soja y huevos todo ello aderezado con salsa de soja) no es originario de China sino lo inventaron los chinos establecidos en el Oeste de los Estados Unidos de Norteamérica, y cuando algunos descendientes de aquellos se establecieron en Cuba le añadieron a la receta que traían algunos productos de producción nacional: langosta y otras cosas más.  Mi momento sublime era cuando el camarero con su camisa blanca de mangas cortas y su pajarita negra colocaba frente a mi un par de "palillos chinos" de marfil, con los que aprendí a coger no solo las maripositas sino también el arroz, era la única de los tres que lo hacía, los demás usaban los cubiertos tradicionales.  El final de tan exquisito banquete eran los postres: un delicioso flan o unas calabacitas chinas, seguidas de un té cuyo sabor aun guardo en mi memoria sin haber probado jamás otro igual.

 Pero es que en eso consistía la magia del lugar, en hacerte sentir diferente, como si estuvieras en un ignoto país que semejara a El Edén.  Y es que en "El Pacífico" la relación calidad-precio no tenía rival, nada que ver con lo que se ofertaba en otros lugares de la ciudad, incluidos los pequeños establecimientos de la  Plaza de 4 Caminos a donde se dirigían camioneros, vendedores, y algún que otro noctámbulo a saciar su voraz apetito a altas horas de la madrugada.

(continuará)





3 comentarios:

  1. Una excelente fotografia de esa epoca en los cines de La Habana. Aqui recuerdo las tandas de los domingos que por 10 centavos podian disfrutarse dos peliculas, casi siempre del oeste. No olvido que en el cine Iglesias, el mas proximo a mi casa se ponian esas peliculas pero de pronto comenzaba otra con la tiradera de hollejos de naranja, aquello si era un oeste hasta que encendian las luces y nos decian que parara aquel alboroto y nos echarian del cine.

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  2. ¡Qué lindo Cary! Acabé llorando y no me preguntes la razón. Me siento muy unida a ti. Hubiéramos sido las mejores amigas del mundo. El cine y el arroz frito están muy unidos a mis recuerdos de La Habana. Una nostalgia infinita me invade y mi espíritu vuelve a recorrer las mismas calles...gracias amiga.

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  3. Esas ganas inmensas de conocer Cuba, ya falta menos, aunque creo que he conocido más en su blog porque siento que lo vivo al leerlo, gracias por esa magia que inyecta al escribir.

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